El juego de naipes más popular en Aragón es el guiñote. Sus reglas son bastante parecidas a las del tute y, como éste, se juega por parejas. Una de las reglas que primero se enseña es que hay que mirar la mesa. A mí – que soy un principiante - me la enseñó Eugenio, un experto jugador y buen amigo.
¿Por qué?
Los principiantes suelen prestar su máxima atención a las seis cartas que inicialmente se han repartido a cada jugador, descuidando el seguimiento de lo que va sucediendo en la mesa de juego en las sucesivas bazas. De este modo, es fácil perder información de la situación inicial de los otros jugadores y de su táctica, tanto de la pareja rival como del compañero de juego.
Las propias cartas es fácil memorizarlas y también lo es evaluar las posibilidades que nos otorgan en cuanto al juego propio. Podríamos decir que son un dato fijo. Pero el uso que se haga de ellas a lo largo de la partida se tiene que ir acomodando a los lances del juego que dependen de los otros jugadores.
¿Qué pensaríamos de un general que sólo prestara atención al potencial de sus tropas descuidando la observación de lo que sucede en el campo de batalla? ¿O de un entrenador de baloncesto ensimismado en las características de sus jugadores olvidando el desarrollo del juego en la cancha, el tiempo transcurrido o la táctica del entrenador rival? En ambos casos, la evolución de las acciones permitirá una óptima toma de decisiones en cuanto a la utilización de los recursos propios.
El CIO, CTO y Service Manager se encuentran en una situación similar. Disponen de recursos propios (tecnológicos, humanos, económicos, logísticos… ) para alcanzar su objetivo: el éxito de los proyectos IT de su empresa. Pero eso no depende sólo de ellos: no deben jugar la partida a piñón fijo. El avance del proyecto irá aconsejando una dinámica a la que el CIO, CTO y Service Manager tienen que acomodarse.
Mirar la mesa, pues, es una habilidad que se aprende y con la práctica se mejora, incluso partiendo desde cero, como fue mi caso en la mesa de guiñote. Aunque, a decir verdad, Eugenio aún me lo tiene que recordar alguna vez.
